domingo, 7 de diciembre de 2008

CAPÍTULO 20: CHARLOTTE Y ELISABETTA


Fechas próximas a mediados del siglo xv.


Vlad Dracul, descendiente de la orden de los Dragones, tiene su vida y su ejército entregado a la lucha contra el infiel. Se genera una batalla contra los turcos. Firme y creyente, Dracul, acude a la guerra para la defensa y la gloria de Dios. Antes se despide de su prometida cuyo nombre es Elisabetta, dulce compañera a la que ama con todo su corazón. ”Mi príncipe…”, le dice ella en la despedida. Encarnizado, cruel, empalador, vencedor… Vadl Dracul, extiende sus brazos con la gloria de la victoria divina entre ellos y se la ofrece al Magnánimo.


El enemigo turco, humillado su poder centroeuropeo, planea raudo la mayor de las venganzas. Elisabetta recibe una misiva. Su amado príncipe ha caído en la batalla. Desesperada ante la idea de no abrazar nunca más a su amado, se arroja al río.


Cuando Dracul, regresa al castillo y recibe la noticia, comprende que ella, su amada, su dulce, su princesa Elisabetta, no tendrá el descanso eterno puesto que se ha quitado la vida… Reniega contra Dios en un grito aun más feroz y trágico que el que ofreció en el campo de batalla. Blasfema arrollado en una ira incontenible, que sólo pueden apreciar los corazones que han sufrido una pérdida tan amarga… El amor, en su estado puro arrebatado por la muerte y el destino…


El caballero se torna diablo de abismo y ante la embestida de su sacrilegio, la cruz pétrea de Cristo empieza a derramar sangre. De ella, en un cáliz, bebe Vlad Dracul. Con la ingesta, firma su condena a no morir. A la soledad eterna…



El pirata y el mago volvieron al interior del castillo a por Charlotte. Tenían que advertirle sobre el peligro que corrían en aquel lugar donde el mismísimo Conde era un asesino. No había tiempo de luchar.


YERAY: ¡Charlotte! ¡Rápido! Tenemos que marcharnos de este lugar.


CHARLOTTE: ¿A qué vienen esos gritos? Relajaos…


FRANK: Un chupasangre, Charlotte, ¡un chupasangre! De los que hablan las leyendas que corren por los mares de puertos en puertos, una de esas criaturas nocturnas tan salvajes que chupan la vida misma.


CHARLOTTE: Eso son chorradas…


DRACULAY: Buenas noches, mi bella dama.


Entonces un sentimiento se removió en las entrañas del viejo Conde, una sensación perdida por la infinidad de los años. Aquella joven… ¡era idéntica a su amada Elisabetta! La reencarnación misma de su princesa. Aunque hubieran cambiado los ropajes, él la reconocía como a ella, como a la mujer que tanto amó.


CHARLOTTE: Buenas noches, Conde. Mi nombre es Charlotte.


DRACULAY: Es un placer, joven doncella.


El conde Draculay besó la muñeca de Charlotte, y algo cambió en la expresión de la joven pirata. Era como si un ensoñamiento se hubiera apoderado de ella. Sentía como si todo a su alrededor hubiera cambiado. Sólo veía a un hombre, y sentía que lo amaba como a nadie jamás.


DRACULAY: Acompáñame Elisabetta, déjate llevar. Nunca más nos volveremos a separar.


El Conde echó un brazo por el hombro de Charlotte, y ambos de alejaron del grupo. Yeray estaba desconcertado, y el pobre Frank, sentía que le habían roto el corazón. Que la persona que más amaba se alejaba lentamente, a punto de morir nuevamente.


Y la estaba dejando marchar…


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