sábado, 13 de diciembre de 2008

CAPITULO 21: EL ATAÚD DEL VAMPIRO



El mago sacudió con fuerza al pirata para que saliera de su ensimismamiento.


YERAY: ¡Frank! ¡Espabila! Tenemos que salvar a Charlotte, sino correrá la misma suerte que esa joven a la que el Conde mató allá afuera.


FRANK: Charlotte… Es tan frágil… Va a matarla…


YERAY: No, si nosotros podemos impedirlo antes. Vamos, démonos prisa. Creo que se fueron por allá. Osiris, quédate aquí, puede ser peligroso.


El conejo se quedó en la entrada de una puerta de madera por la que los dos humanos habían accedido y que conducía a una escalera que bajaba hacia lo que intuyeron sería un sótano o algo parecido. No tardaron en darse cuenta de que aquel lugar no era sino una galería subterránea que parecía conducirles hasta las catacumbas del castillo. A lo largo de los sinuosos pasillos podían ver calaveras en las paredes que eran iluminadas por las antorchas que prendían en la pared. Durante su avance se toparon con alguna que otra armadura vieja y oxidada que les produjo nerviosismo ante la posibilidad de un ataque sorpresa. Un frío helado les subió por la espalda hasta la nuca cuando leyeron unas letras antiguas en la pared que rezaban: “Detente. Comienza aquí el imperio de la muerte”.


Mientras tanto, en una pequeña sala en las entrañas del castillo, prendían unas velas sobre un candelabro, y una antorcha en la pared. El centro de la estancia era coronado por un ataúd de madera de pino vieja y carcomida por las termitas. Charlotte yacía tumbada dentro el ataúd, que era pertenencia del Conde Draculay, con la tapa retirada. Sus ojos los tenía nublados, sumida en un éxtasis de letargia a través del espacio-tiempo. Ella no era Charlotte, sino Elisabetta, la mujer que se entregó a la muerte por haber perdido a su amor en la guerra y que ahora volvía a recuperar. No tenía miedo, ahora podía entregar su cuerpo al hombre que tanto había amado en el pasado.


DRACULAY: Querida mía… A partir de ahora, ni el tiempo ni la muerte nos volverán a separar. Cuando pose mis labios sobre tu tierno cuello, viviremos por la eternidad.


ELISABETTA: Haz lo que tengas que hacer, si con eso no volveré a perderte jamás.


Al final de un pasillo descubrieron una puerta de donde provenía una fuerte luz. El mago y el pirata dieron una última carrera y al llegar descubrieron al viejo vampiro acercando su boca lentamente al cuello de Charlotte. Frank Sparrow desenvainó su espada y se subió de un salto sobre el ataúd que crujió de su peso, y ágilmente hundió su metal dentro del pecho del Conde Draculay. Éste gritó de dolor mientras su sangre era derramada en el suelo. El vampiro huyó con rapidez lleno de furia y con el miedo a morir.


Yeray corrió tras él para impedirle escapar. Había leído sobre los vampiros, y sabía que en breve se recuperaría de ese ataque. Eso no acabaría con él. Para destruirlo necesitaba ajos, una cruz cristiana, balas de plata, cortarle la cabeza o…


El vampiro salió fuera de las catacumbas y descubrió que se había hecho de día. Los acontecimientos lo habían trastornado y no se había dado cuenta que la noche había acabado hacía rato. Los ventanales del castillo no habían sido cubiertos con cortinas y todo el gran salón estaba iluminado con una potente luz del sol.


DRACULAY: ¡¡¡NO!!!


Tanto el mago, como el propio vampiro, se acababan de dar cuenta de que el reinado del señor de las tinieblas y la noche, había llegado a su fin.


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