sábado, 29 de noviembre de 2008

CAPITULO 19: EL CASTILLO DEL CONDE DRACULAY



Un remolino de colores verde, negro y anaranjado los envolvió a los cuatro, y aparecieron de pronto en un gran salón donde un veintenar de personas con elegantes trajes bailaba un vals al ritmo de una siniestra melodía. Osiris se asustó, y se pegó fuertemente a los pies del mago. Los tres viajeros se miraron desconcertados. ¿Dónde estaban? Miraron a su alrededor y vieron que las paredes eran de piedra. ¿En el interior de un castillo, quizás?


YERAY: ¿De qué se trata esto? ¿Puede ser una fiesta?


FRANK: Eso parece, ¿no?


CHARLOTTE: ¿Y qué se hace en las fiestas? ¡Vamos a divertirnos!


FRANK: ¡Espera Charlotte! Deberíamos comprobar donde estamos…


CHARLOTTE: Desde que comenzamos el viaje no hemos hecho otra cosa que trabajar en beneficio de unos y otros. Creo que es el momento de relajarnos. Voy a buscar algo de beber.


Y la joven aprendiz de pirata, con su recién estrenado pañuelo, se perdió entre la multitud. Frank y Yeray contemplaron la extraña danza de los presentes en la fiesta. En sus caras no mostraban ninguna expresión, y se movían sin cesar, como autómatas. Pareciera que estuvieran hipnotizados…


De repente, vieron como se acercaba hasta ellos un hombre ataviado con sombrero y capa, portando un pequeño bastón. Cuando estuvo frente a ellos, contemplaron su seria mirada, y sus inquietantes colmillos…


HOMBRE: Bienvenidos a mi humilde castillo. Soy el conde Draculay. Sentíos cómodos, y dejaos llevar por el ritmo de la música…


FRANK: Gracias, señor.


DRACULAY: Me tengo que retirar, perdonadme. (Dijo con cierto misterio…)


Frank y Yeray vieron como el conde se alejaba del grupo junto con una joven doncella de cabellos rubios. La chica parecía en trance, se dejaba deslizar por el brazo de Draculay que la empujaba suavemente sobre sus hombros.


YERAY: ¡Frank! Esto es muy raro, todos parece que están bajo un hechizo.


FRANK: ¡Y esa muchacha está en peligro!


YERAY: Sigámoslos entonces.


Los dos viajeros caminaron con sigilo tras los pasos del conde y la doncella que habían salido hasta las lindes del bosque fuera del castillo. Fue entonces cuando el conde agarró a la joven de la cabeza y uno de sus hombros, y acercó sus labios hasta su blanquecino cuello, e hincó sus fríos colmillos en él. Los dos muchachos soltaron un gemido, viendo como el conde relamía la sangre que supuraba del cuello de la muchacha. El miedo los paralizó de tal forma que no fueron capaces de detener la muerte de la joven.


De pronto, el conde Draculay dejó caer el cuerpo del cadáver de la muchacha al suelo, y se quedó contemplando a aquellos dos intrusos que estaban siendo testigos del crimen. El pirata y el mago se asustaron y salieron a correr, seguidos de los pasos del vampiro…


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